Si al asistir a clase el alumno no encuentra algo más de lo que ya puede conocer a través de internet, pronto, las aulas se quedarán vacías. Es lógico. Y si, cada vez más, las universidades ofrecen sus cursos por esta vía, ¿quién estará pensando en cumplir un horario estricto? En estos momentos numerosas universidades ya ofrecen sus cursos por internet y parece que esto continuará así, Habrá que ir a las universidades a crear e innovar contenidos y formas de transmitirlos. Este artículo recoge el proceso y explica el estado actual.
IGNACIO ZAFRA - Valencia - 15/05/2009
Cuenta la profesora Beatriz Gallardo que para mantener la tasa de universitarios en 2025 un país como India tendrá que abrir una universidad a la semana. Y cuenta Gallardo que la Unesco, responsable de la estimación anterior, también prevé que en algún momento un profesor dirá: "No me importa atender a estos alumnos aunque no estén matriculados", y empezará a resolver sus dudas por Internet. Más tarde será una universidad la que liquide esa diferencia. Luego empezarán a hacerse exámenes OCW, siglas de Opencourseware, el muy ambicioso plan, aunque no el único, para que los profesores universitarios liberen en Internet los contenidos de sus asignaturas de modo que cualquiera con ganas y acceso a la Red pueda aprenderlos sin pagar un euro. Y ese día (aunque esto Gallardo no lo dice así) la revolución habrá triunfado.
La profesora de Logopedia y directora de la oficina OCW de la Universitat de València acaba de ser premiada por Universia (la gran red de universidades iberoamericanas patrocinada por el Santander) por su contribución personal al consorcio con la asignatura Análisis Lingüístico de las alteraciones del lenguaje.
Las primeras noticias de la OCW se remontan a 2001. Al anunciar el proyecto, Charles Vest, por entonces presidente del Instituto Tecnológico de Massachusetts (el MIT), declaró: "Es un golpe audaz que cambiará el modo en que la red se usa en la educación superior". En 2003, el MIT hizo efectiva la publicación de las 500 primeras asignaturas. Dos años más tarde impulsó un consorcio internacional. En 2008 la iniciativa del MIT, subvencionada por dos fundaciones estadounidenses, reunía cerca de 2.000 cursos mientras desde otros lugares del mundo se lanzaban proyectos paralelos, como el iberoamericano de Universia y el chino Core.
Los campus valencianos se unieron hace un par de años al proceso y, con la muy notable excepción de la Universidad de Alicante (quizá el líder español en la materia), se encuentran en la fase de primeros brotes. En 2007 el vicerrectorado de Calidad y Convergencia Europea de la Universitat de València preguntó a más de 3.000 profesores si estarían dispuesto a poner sus cursos en Internet a disposición de cualquiera. Respondieron afirmativamente 36. Acabaron participando 10. A lo largo de este año el número se triplicará.
Ofrecer en abierto los conocimientos, señalan Gallardo y Faraón Llorens, vicerrector de Tecnología e Innovación Educativa de la Universidad de Alicante, exige superar unas cuantas barreras. Hay que aceptar que la creación no va a reportar beneficios económicos (al contrario que con los libros de textos). Conviene hacerlos bien, porque el potencial grado de exposición es gigante. Y finalmente: lidiar con los derechos de autor no es fácil, y da trabajo.
Para confeccionar los materiales que utilizan en clase, muchos profesores emplean imágenes, infografías y ejercicios extraídos de libros y de la Red. Y es poco probable que eso les ocasione problemas. Pero cuando esos materiales se suben a Internet la cosa cambia. La oficina OCW de la Universitat de València trabaja en coordinación con los servicios jurídicos y las únicas imágenes que pueden verse, cuadros por ejemplo, pertenecen a la colección de la propia universidad.
Los contenidos OCW están sujetos a licencias Creative Commons: permiten utilizarlos libremente siempre que sea sin ánimo de lucro y se mencione su procedencia, así como realizar obras derivadas, salvo que se indique lo contrario.
De lo anterior se desprende que no basta con elaborar materiales dignos (y a ser posible en un ordenador: la leyenda cuenta que cuando el MIT puso en marcha el OCW descubrió que gran parte de los profesores seguía fabricándolos a mano y en papel). Hay que llevar cuidado con no infringir los derechos de autor (y confiar en que las citas no sienten mal a otros colegas) y a ser posible traducir los materiales al menos al inglés (en el sitio del MIT pueden encontrarse traducciones al chino) o, como en el caso de Gallardo, hacerlos traducir.
El esfuerzo también tiene sus compensaciones. Muchos expertos, al menos de la rama de Humanidades, tienen que pagar para poder exponer sus investigaciones en un congreso, mientras que la Red les ofrece un auditorio mucho mayor gratis, comenta la profesora. Y está también la reflexión "coherente y ética" de que una investigación financiada con dinero público debería estar al alcance del mayor número posible de personas.
Volvamos a la revolución mencionada al principio. Si en la prehistoria de Internet la Red pone al alcance conocimientos de alta calidad académica en varios idiomas y soportes (grandes universidades como Stanford y Princeton han creado plataformas emparentadas con OCW, algunas de ellas sólo en vídeo) dentro de un tiempo (digamos en 2025) es probable que en vez de asignaturas dispersas pueda estudiarse por la Red carreras completas impartidas por los mayores expertos en varios formatos. Y no se puede descartar que, como ha predicho la Unesco, profesores y universidades rompan la convención actual que impide obtener títulos universitarios a través del OCW. ¿Para qué hará falta ir a la universidad entonces si el mejor conocimiento está disponible gratis?
"Es posible que la universidad, igual que le ha pasado a la industria vinculada a la música, tenga que cambiar su modelo de negocio. ¿Por qué vendrán a clase? Porque les daremos un valor añadido", afirma Faraón Llorens. Dentro de 15 y de 25 años, dice Gallardo, Harvard seguirá siendo Harvard porque se mantendrá a la cabeza en investigación y porque valdrá la pena ir a sus clases. Y esa capacidad de atracción, añade, a otra escala, podrá trasladarse a las universidades que sean capaces de actualizar su docencia a través de la innovación. Que entrar en el aula signifique algo más que sentarse a escuchar lo mismo que ya está explicando en la pantalla un premio Nobel. La clave, añade Gallardo, consistirá en lograr que el nuevo alumno considere que es mucho más valioso asistir a clase que quedarse en el bar.
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